Cinco (malas) prácticas que no te están ayudando a mejorar tu escritura y cómo evitarlas.
O decente y que, por lo tanto, no necesita muchas correcciones (-2000 puntos si eres de los que da por terminado el texto apenas concluye el primer borrador *grita silenciosamente*).
¡ERROR!
Aunque escribir tu primer borrador es un paso monumental, la realidad es que ese primer montón de páginas no son más que una primera extracción: después de meses (o años) al fin tienes tu historia plasmada en papel. Por primera vez, tus personajes y sus vidas existen en otro lugar además de tu cabeza y la ocasional servilleta donde anotas escenas.
Escribir un primer borrador es un paso monumental, claro que sí, pero eso no significa que al concluirlo ya tengas el 90% de la novela/cuento/ensayo hecho. Ahora que la historia vive en papel, ha llegado el momento de ponerla a prueba:
Y lo más importante: ¿tus lectores beta encuentran la historia interesante y digna de seguir leyendo?
Un escritor con práctica sabe que el primer borrador no es más que el punto de partida de la labor de edición. A este le seguirá un segundo, tercero, cuarto y a veces hasta quinto borrador. Con cada nueva iteración, la historia irá agarrando más fuerza, más vida. Se transformará y, antes de que te des cuenta, tendrás una historia bárbara entre tus manos.
A todos nos han dado retortijones cuando terminamos de revisar ese primer borrador y descubrimos que, al final del día, nuestra gran historia se sigue viendo mejor en nuestras cabezas. Esto es normal y, te aseguro, le pasa a todos.
Si al leer tu primer borrador sientes que tu crítico interior anda de fiesta, respira profundo y continúa tu revisión. Recuerda que es en la edición donde la magia sucede.
Mala práctica #2: Estar negado a realizar los cambios (drásticos) que la historia necesita.
Esta mala práctica está ligada a la anterior. Si eres de los que despacha el primer borrador a su editor sin pensarlo demasiado, es muy probable que en el fondo la idea de tener que alterar partes enteras de tu historia, cortar escenas o matar personajes te haga ver de todos los colores.
Y es normal. A nadie le gusta darle cuello a esa escena que te tomó cuatro días escribir. O alterar el argumento de una historia en la que lleva meses (o años) trabajando. O cambiar el arco argumental de un personaje al cual quieres y conoces al dedillo, incluso más de lo que conoces a tu propia madre.
Oye, por algo nunca nadie ha dicho que este oficio es fácil.
La cruda realidad es que, cuando te comprometes a crear una narrativa coherente, que mantenga el interés del lector en todo momento, tener una historia sólida y verosímil es más importante que tus preferencias como autor.
A todos nos han dado retortijones cuando terminamos de revisar ese primer borrador y descubrimos que, al final del día, nuestra gran historia se sigue viendo mejor en nuestras cabezas. Esto es normal y, te aseguro, le pasa a todos.
Si al leer tu primer borrador sientes que tu crítico interior anda de fiesta, respira profundo y continúa tu revisión. Recuerda que es en la edición donde la magia sucede.
Mala práctica #3: Decir que escribes para ti.
Esta es una de esas cosas que todos decimos en algún momento de nuestras carreras, especialmente cuando escuchas como otros autores se quejan de las ventas inexistentes o de las reseñas de una estrella.
“Bueno, pero yo escribo para mí, no para agradarle a medio mundo”, murmura el susodicho al cerrar su queja/intervención.
Si has oído algo así (o tú mismo lo has dicho), debo decirte que, si tienes la intención de dar a conocer tu historia, publicarla, y conseguir lectores, no, no estás escribiendo solo para ti. El escritor que crea para su goce personal lleva un diario privado o sube artículos anónimos a un blog personal, no se avienta una novela, ni imagina cuentos o compone poemas para después intentar publicarlos.
No nos engañemos. Si estás escribiendo con la intención de que alguien más te lea (de preferencia, alguien que no sea tu madre) entonces estás escribiendo para otros. Por ende, es necesario que pienses en lo que estos lectores futuros quieren ver en una historia y aprendas a incorporar esos elementos en tu historia.
Muchos escritores adeptos a decir que “escriben para ellos” lo hacen porque la sola idea de que su novela o cuento no guste o, peor aún, que reciba una reseña destructora, de esas que tiran a la yugular, les aterra.
Y es normal. Allá afuera hay muchos lectores con opiniones fuertes sobre tu novela e, incluso, sobre tu persona. Uno no puede escribir para agradar a todo el mundo, y esta es una parte inevitable del oficio de escribir. Aunque tu historia hechice a millones, siempre habrá un grupo de lectores que no te traguen.
Es mil veces mejor ser vulnerable y reconocer que si, aspiras a tener miles de lectores pero que al mismo tiempo no te sientes del todo cómodo con la crítica, a hacerte el intocable y pretender que la opinión del público no te importa en lo más mínimo.
En talleres literarios, en círculos de escritores, en conferencias, en tus lecturas de las siete de la noche y también en esos snippets que publicas en la vida real. Si cada que te encuentras rodeado de escritores no puedes dejar de comparar tu trabajo y tu práctica con la de alguien más, tal vez sea hora de recordar que no eres el único con un crítico interior tiránico. Lo más probable es que todos en el taller, incluido el moderador, estén pensando lo mismo en menor o mayor medida.
Sin importar la actividad que estés desarrollando, el cerebro humano está hecho para enfocarse primero en lo negativo, siempre, pues detectar amenazas a tiempo es la base de nuestro instinto de supervivencia. El problema es que, en el mundo moderno, donde las amenazas a tu vida no aparecen cada cinco minutos, esa configuración de fábrica nos termina jugando chueco si no aprendemos a ponerle freno.
Si siempre estás comparando tu escritura con la de los demás y, encima, esa comparación es viciosa (y violenta), las posibilidades de que mejores tu escritura asistiendo a talleres y otros eventos son casi nulas.
Cuando tu crítico interior saca el látigo, lo mejor que puedes hacer es recordar que su opinión no es más que eso: una opinión.
No todos aprendemos al mismo ritmo. Habrá quienes capten las bases con una rapidez proverbial y habrá otros que necesiten meses y meses para poder construir un diálogo creíble. Esto es normal.
Castigarte con pensamientos negativos que rayan en el abuso psicológico no le hace bien a absolutamente nadie.
O dicho en otras palabras: crees que hay una división radical entre los Baudelaires, Tolstois, Vargas LLosa y Borges de este mundo, y los millones de Dan Browns, E.L James, Stephenie Meyers y Colleen Hoovers que pululan los top charts de Amazon y nuestras listas de Goodreads.
Y no sólo crees a pies juntilla en esta distinción arbitraria (y francamente, medio fantasiosa): también la encuentras injusta.
Es decir: aunque no lo admitas a gritos, te indigna que medio planeta haya leído Twilight y que escritores con mil veces más habilidad y talento (categoría a la que, dicho sea de paso, algún día aspiras a pertenecer) apenas si tienen uno cientos o miles de lectores, si bien les va. Te parece una barbaridad que gente sin talento y con libros sosos sea capaz de dominar un mercado de modo tan contundente.
Obvio, el resultado de esta creencia es que el desánimo, la falta de motivación y la negatividad rondan tu día a día. Porque, ¿para qué esforzarse tanto, tantísimo, en producir material de calidad cuando ya sabes de antemano que tus chances de alcanzar el éxito son mínimas, por no decir microscópicas?
Y así, desanimado e indignado, intentas darle vida a tus historias y mejorar tu escritura en el proceso porque, a pesar de todo, la esperanza es lo último que muere. *Pone los ojos en blanco con tanta fuerza que se mira el cerebro*
¿Te suena familiar?
La cruda realidad es que la etiqueta de escritor o libro “basura” por lo general la pone gente que no entiende que, además de su potencial literario, una novela, cuento o ensayo también tiene la obligación de entretener o educar al lector. Nadie quiere pasar ni diez minutos de su vida hojeando una novela con un arco narrativo inexistente, descripciones eternas, diálogos triviales o abstrusos que no llevan a ninguna parte y personajes intragables.
Una buena historia es aquella que logra atrapar al lector, sumergiéndolo en un mundo paralelo y vivo, de donde no tiene el más mínimo deseo de escapar.
¿Y lo más importante? Cualquier escritor que conozca su oficio, sin importar el género o formato en el que trabaja o los temas que elige, puede escribir una historia que atrape a un lector contemporáneo.
Una educación literaria exquisita te ayuda a entender cuales son los elementos de una buena historia, pero tenerla no es sinónimo de tener “talento” ni habilidad innata para producir literatura.
El único requisito indispensable para aprender a mejorar tu escritura son ganas de aprender de aquellos que saben construir buenas historias.
De entre todos los malos hábitos que hay allá afuera, ninguno afecta más tu capacidad para mejorar tu escritura como el no escribir consistentemente. Y aunque esto puede parecer muy evidente, cada vez parece haber más escritores que solo producen cuando la inspiración y el tiempo suficiente se hacen sentir.
Esperar a la inspiración es una idea terrible, digna de un cuento de terror a lo Nathaniel Hawthorne.
Al igual que dibujar o esculpir, escribir es también una habilidad. De la misma manera que todos sabemos qué es una esfera (aunque no todos podamos dibujar una pelota perfecta, con sombras y todo, que parezca a punto de salirse de la página), todos entendemos que es una oración. Sin embargo, no todos podemos hilar oraciones de modo tal que las palabras pinten una imagen vivida y cargada de emociones en la mente del lector.
No en el primer intento, al menos. Para lograrlo se requiere práctica, un montón de hecho. A escribir se aprende escribiendo. Sin una práctica corriente es imposible ver una mejora sustancial.
Nadie está diciendo que todos debemos escribir dos horas diarias sin parar, o que debemos sacrificar nuestras horas de sueño con tal de atender a las necesidades de la musa. Para nada.
El ritmo de práctica ideal es aquel que se integra a tu ritmo de vida con mínimas cantidades de fricción.
Ya sea que escribas diario, tres veces a la semana, solo los sábados, o en esos momentos muertos en la cola del super y en las salas de espera, lo importante acá es que pongas pluma sobre papel (o dedos sobre el teclado) y empieces a crear con consistencia.
No existe un método único para aprender a mejorar tu escritura. La única manera de saber que te funciona, que si sirve y que no, es experimentando y, en el camino, es muy posible que termines adoptando alguna de las siguientes prácticas:
Aunque todas estas prácticas parecen inofensivas (y bastante comunes), la realidad es que cuando las adoptas mejorar tu escritura se vuelve francamente difícil, pues estos son hábitos que no promueven el aprendizaje ni la mejora gradual.
Ahora es tu turno, ¿has caído en alguna de estas malas prácticas? Cuéntanos en la sección de comentarios.
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