Aunque llevo poco más de quice años escribiendo ficción, solo unos cuantos conocidos (2 o 3 personas, a lo sumo) han visto lo que escribo. Y para acabar de amolarla, la mayoría de esas “lecturas” ocurrieron hace añales, cuando no llevaba ni dos años escribiendo (de más está decir que la calidad literaria de esos textos es un absoluto cero a la izquierda. No nos engañemos). Eso significa que la primera sesión en el taller de la Escuela de Escritura fue la primera vez, en poco más de doce años de práctica, que alguien al fin leyó parte de lo que escribo. Me cuesta trabajo recordar otra ocasión en la que haya estado tan ansiosa.
La buena noticia es que la espera valió la pena. La retroalimentación que recibí despues de esa primera sesión fue increíble, y no precisamente porque mi cuento tuviese calidad Fitzgerald. De eso nada. El feedback fue bueno simplemente porque fue honesto y, en la medida de lo posible, objetivo: claro, recibí comentarios extensos sobre las partes bien logradas del texto, pero también escuché toda clase de opiniones sobre esas cositas que aún no acababan de cuajar.
Viendo las cosas en retrospectiva, hoy puedo decir que, a pesar de mi reticencia y ansiedad inicial, ese primer taller me abrió los ojos respecto a lo importante que es enseñarle tu trabajo a gente que no te conoce, pero que lleva años practicando el sútil arte de dar buena retroalimentación literaria y que, por lo tanto, pueden decir de tu texto algo más que un simple “me gustó/no me gustó” (una opinión que, seamos sinceros, al escritor con ganas de mejorar no le es de mucha utilidad).
Sé que hoy soy una mejor escritora gracias a todo lo que he aprendido gracias a la constante (y muchas veces incómoda) retroalimentación. Asistir a ese primer taller literal cambió mi perspectiva sobre el oficio, y si tuviese que explicar en tres puntos porqué mi escritura ha mejorado tanto después de empezar a tallerear, diría lo siguiente:
Seguro has oído por ahí que las opiniones son como los culos: todos tenemos una y ese simple hecho no las hace válidas. Bueno, ese dicho se aplica con especial exactitud a las opiniones que tu familia, amigos y, en general, gente que te aprecia, pueda tener (o no) sobre tus textos.
La realidad es que pedirle una opinión sincera (léase, objetiva) a alguien que te aprecia es un terreno resbaloso. Si alguien te quiere de verdad, lo último que esa persona va a desear hacer es decir algo que pueda herir tus sentimientos o hacerte sentir insuficiente. Paradójicamente, la relación cercana que tienen contigo les impide ser lectores objetivos.
Si ya llevas algún tiempo escribiéndo y la única retroalimentación con la que cuentas proviene de amigos o familiares, es momento de poner esas opiniones entre paréntesis para salir a buscar feedback genuinamente objetivo. Este tipo de opinión sólo puede venir de alguien que no te conoce.
Mostrarle tu trabajo a personas que no tienen una relación personal contigo es la mejor manera de medir la calidad objetiva de un texto. Cuando empieces a pedir retroalimentación a desconocidos, recibirás toda clase de comentarios, no solo cosas positivas. Esto es ideal, pues te enseñará a responder de una mejor manera a opiniones crítica que, muy probablemente, anticipen el tono de las respuestas que tu texto generará una vez publicado.
Esta es una realidad innegable: hay elementos de tu texto que tú, en tanto que creador, simplemente no puedes ver. Eres tan cercano a tu creación que ciertos aspectos se te escapan. Es por esta razón que existen los editores, los correctores de estilo y las revisiones ortotipográficas.
Se sigue entonces que, cuando no enseñas tu trabajo, lo que en realidad haces es crear desde una especie de burbuja. Una frase o escena que a ti, autor del texto, te parece clara y por lo tanto necesaria para el desarrollo de la historia, al lector promedio le puede parecer confusa y material de relleno. Existe un punto medio entre ambas opiniones y ese punto es el lugar al que quieres que tu texto llegue.
Solicitar la opinión de un tercero es una buena manera de acortar el camino hacia ese justo medio.
Si quisieras escribir solo para ti, te limitarías a llevar un diario personal y ya. No estarías leyendo este artículo ni explorando los contenidos de este sitio web. Es momento de admitirlo en voz alta y sin verguenza: cómo escritor, lo que tú quieres es que alguien más te lea. Y no sólo que te lea: también quieres que ese desconocido conecte con tu texto, que lo encuentre interesante, que sienta ganas de buscar que más has escrito para también leer eso. Ese es el sueño.
Si ser leído por otros es el objetivo, ¿por qué hay tantos escritores pretendiendo que la opinión de los lectores no importa?, ¿qué las opiniones ajenas no tienen ningún tipo de peso? Vamos gente, es hora de ser sinceros con nosotros mismos.
Enseñarle tu texto a un montón de desconocidos te obliga a abrir los ojos al hecho de que los lectores tienen exigencias y gustos. Al hacerlo, aprendes que una vez que has terminado y pulido tu historia, una vez que la liberas en el mundo, la historia ya no te pertenece del todo. Habrá lectores que entiendan algo completamente distinto a lo que te propusiste comunicar y tú como autor tienes que aprender a aceptar eso. De lo contrario siempre te vas a estar peleando con todo el mundo por el derecho a “explicar” cual es la interpretación que hay que darle a tu texto.
Nada consume más rápido a un escritor que ese juego de nunca acabar.
Aunque a veces cueste admitirlo, la realidad es que todos empezamos a crear desde el mismo lugar: nosotros mismos. Nuestra experiencia, nuestras opiniones, nuestros sentimientos y nuestra interpretación del mundo: esas son las cosas que nutren cualquier trabajo narrativo.
El detalle es que, para que nuestro trabajo le interese a un lector, esas materias primas tienen que ser presentadas de una manera interesante, que despierte la curiosidad y el deseo de leer más. Entonces se sigue que, si nunca sales de tu burbuja, si nunca te abres a la retroalimentación objetiva que esos lectores pueden darte desde ya, el camino para encontrar los elementos que le den a tus textos ese no-sé-qué que tantos lectores buscan será largo.
Si tu objetivo es encontrar y atrapar lectores, ignorar las exigencias y los gustos de esos potenciales lectores es algo que simplemente no te puedes permitir.
Entonces, ¿estás listo para encontrar ese taller que te permita compartir tus textos para recibir retroalimentación crítica? ¿ya tienes algunas ideas de taller en mente? Cuéntanos en la sección de comentarios.