Diario de un Novelista

Escribir es IMPOSIBLE: ¿por qué a veces escribir se siente como un martirio?


Son las 8 am de un domingo cualquiera. Según mi agenda, hoy me toca dedicarle la mañana a mi novela, pero por alguna razón llevo veinte, tal vez treinta minutos distrayéndome con otras cosas. De pronto necesito programar el super de la semana, asegurarme de que aún tenga leche en el refrigerador, revisar cuánta ropa sucia tengo y ver si aún sobrevivo unos dos días más sin tener que meter una carga. Labores mundanas que no deberían de tomar más de quince minutos de pronto atiborran mi mañana. Cuando vuelvo a mirar el reloj ya es mediodía. 

Y aún no he escrito nada.

¿Y quién dijo que escribir es fácil?

Esta es una rutina que, para bien o para mal (medio mundo diría que para mal, pero la verdad es que nunca se sabe), lleva casi cuatro meses sucediendo. Todos los domingos de la semana la intención de sentarme a avanzar la novela aparece en mis dispositivos. Las notificaciones en la tablet y en el celular me llevan a un bloque de cuatro horas en mi calendario, de 8 a 12pm, coloreado de naranja. “Trabajo en novela”, se lee.  Y si, todos los domingos, en mayor o menor medida, mi cerebro se las ingenia para evitar comprometerse, para evitar sentarse frente a la computadora y hacer el trabajo que, al menos en un nivel intelectual, sé que tengo que hacer si algún día quiero ver ese manuscrito terminado. 


cita: editar es una manera productiva de procastinar


Algunos domingos logro sentarme una hora frente al manuscrito, corregir aquí y añadir allá, retrabajar esta o aquella frase. Es una labor tediosa, pero muchas veces sale sola. Editar no me cuesta trabajo; tengo la suerte de ser una de esas personas que puede escribir y escribir y seguir escribiendo sin ponerle mucha atención a la solidez del manuscrito o de la idea contenida. Al final de mis sesiones me queda la satisfacción de saber que no voy a sufrir porque me falte texto; recortar y eliminar es mucho más fácil que añadir. 


Pero al final del día los hechos permanecen: una, dos, o tres horas de edición no son una, dos o tres horas de escritura activa, de creación.


Aunque la edición y la corrección son pasos indispensables del proceso de escritura, estos no deben de anteceder jamás a la redacción, a la creación de mundos. En mi modo de entender el proceso creativo, editar obsesivamente no es más que una manera “productiva” de procrastinar, de evadir el trabajo que supone crear básicamente de la nada en beneficio del placer momentáneo que produce sentir que estás trabajando y que, por ende, si estás “haciendo algo”. Este es un vicio del cual me declaró 100% dependiente.


Entonces viene la pregunta del millón de dólares: ¿por qué me resulta tan difícil mantener un ritmo de escritura consistente? O dicho en otras palabras: ¿qué hace que pierda ese empuje y esas ganas de crear y crear a la mitad de un proyecto? En las últimas semanas he estado haciéndome esa pregunta día sí y día no, y estás son mis conclusiones preliminares.


1) La historia que veo en el papel/pantalla no se corresponde con la historia que veo en mi cabeza.

Y eso me mata por dentro. O mejor dicho, hace que mi perfeccionista interna se retuerza como babosa con sal mientras ninguna de las dos es capaz de entender como una historia perfecta, al menos en nuestra cabeza, se ve tan mal en papel. Tan plana y equisona. Tan sin chiste y sin vida. ¿Dónde están los personajes vívidos, el diálogo increíble, las descripciones que derrochan sensibilidad y emociones encontradas?, ¿en dónde carajos se metió el conflicto sútil? Y lo más importante ( y, al mismo tiempo, horrible): ¿por qué no me puedo sacudir la sensación de que toda mi novela tiene aires de telenovela de las 9pm, melodramática y mal escrita? 


¡¿POR QUÉ?! 

*grita y se jala los pelos*


2) La historia que quiero contar requiere de habilidades de storytelling avanzadas.

Aunque este punto ya más o menos lo intuía cuando hice la planeación del proyecto, constatar que mis habilidades de storytelling requerían de una buena refrescada antes de poder sentarme a escribir los primeros tres capítulos fue un golpe duro. Lo peor del asunto es que el descubrimiento lo hice a través de la retroalimentación que recibí en uno de mis talleres de escritura, lo cual hizo que el trago fuese aún más amargo. 


Por suerte este es un punto al que logré sacarle la vuelta


En cuanto me di cuenta que necesitaba mejorar, revisé el estado de mis siete habilidades básicas. Me di cuenta que para este proyecto en particular el reto estaba en trabajar el punto de vista y la caracterización de los personajes: como la historia usa tres puntos de vista para contar la acción, tengo que encontrar la manera de darle una voz distinta a cada personaje, de modo que el lector sepa al instante quién está hablando sin que tenga que haber mayores referencias o explicaciones. Y aunque hasta el día de hoy esto sigue siendo un trabajo en progreso, las horas que le he dedicado a la práctica ya POR FIN están dando los primeros resultados visibles.


3) La historia que quiero contar no está lista para recibir críticas externas.

Y no porque yo tenga corazón de pollo o sea incapaz de procesar comentarios negativos (aunque tengo que reconocer que es difícil), sino porque aún no termino ni siquiera el primer borrador.  Hasta el día de hoy, 6 de octubre de 2023, las partes básicas de mi proyecto de novela son una escaleta completa y unos quince capítulos (de cuarenta, más o menos) escritos a mano, en una libreta que se está cayendo a pedazos. La historia no está terminada, los personajes se siguen desarrollando y la trama se sigue construyendo en esa manera secreta, mística e ininteligible que tienen las tramas para construirse al margen de las decisiones del autor. 


Si, la historia no está terminada pero yo, en mi acelere, cometí el error de principiante de querer apresurar el proceso y a inicios del año me inscribí a un taller de novela semanal… al mismo tiempo que inicié un nuevo trabajo súper exigente y empecé también a tomar clases de acuarela y de dibujo (porque, claro, en la mente del perfeccionista el tiempo siempre parece ser relativo, cómo no).


El resultado ya se lo podrán imaginar: semanas atiborradas de cosas que hacer, cero tiempo libre y la sensación de estar “obligada” a avanzar un capítulo de la novela a la semana (de la cual, repito, ni siquiera tengo un primer borrador). Fue demoledor.

Al inicio del taller hice un cronograma calculando más o menos cuánto tiempo me tomaría presentar el proyecto completo en el taller. Calculé ocho meses. Cuando los ocho meses llegaron y se fueron sin que yo hubiese presentado ni el 10% de mis capítulos supe que tenía un problema. 


Que no se me mal entienda: la experiencia de “tallerear” mi proyecto fue buena y, el 80% del tiempo, muy enriquecedora. Aprendí a leerme en voz alta y a juzgarme un poco menos. Mi escritura mejoró un montón gracias a los comentarios y a la retroalimentación. Pero la presión a la que sometí a mi cuerpo y  el estrés de tener que presentar todas las semanas y a veces estar tan llena de cosas en el nuevo trabajo que, al final del día,  simplemente ya no me quedaba más espacio mental para sentarme a escribir.

3) La historia que quiero contar necesita que muestre un lado mío que nadie ha visto.


Este es el obstáculo más grande de todo el proyecto y, frente al cual, aún no sé muy bien cómo proceder. 


El dilema es el siguiente: para que los personajes y la trama de esta novela sean creíbles, para que el lector pueda no sólo empatizar con sus experiencias y ponerse por un momento en sus zapatos, la escritura debe de evocar emociones muy específicas. Y la única manera de hacer que esas emociones lleguen a la página es teniendo en claro como autor en qué consisten esas emociones. Es decir, para poder retratar X emoción, yo como autora necesito haberla vivido pues esta es la única manera en la que podré hablar de ella con verosimilitud. 


Y ahí está el problema. Recurrir a experiencias emocionales propias, revivir lo que uno siente cuando está angustiado o triste no solo drena, sino que también requiere que asuma una posición vulnerable. Una posición en la que, a través de mis personajes, le cuento al mundo exactamente como me siento. Una posición en la que, de a momentos, es posible que termine revelando un poco más de lo que planeaba hacer. 


Con el tiempo me he dado cuenta de que este es el lado más pesado de escribir. Si quiero crear una historia que genere reacciones emocionales no puedo usar oraciones abstractas ni echar página tras página de explicaciones. Hay que poner la carne en el asador, hay que revelarse en la escritura exactamente como uno es. 


He ahí todo un reto.


La lección final: a nadie le gusta sufrir de a gratis

Cuando escribo, especialmente en los días en los que pretendo hacer avanzar mi proyecto de novela aún sin nombre, sufro. Y no, no es un eufemismo –de verdad lo padezco bastante. La historia y los personajes que construí, el tema de la novela, la trama, los detalles descriptivos, las líneas de diálogo. Todo me confronta, todo me pone a parir chayotes de maneras en las que ningún otro personaje, trama, o formato lo ha hecho (ni siquiera mis peores clientes de copy).


Me tomó unos cuantos meses, pero al fin llegué a la sana (y lógica) conclusión de que este proyecto es mil veces más personal que mis anteriores novelas o mi docena de cuentos. Esta novela trae a colación cosas que nunca antes me había atrevido a tocar, asuntos personales, reflexiones que no he compartido con nadie más. Le da voz a conflictos que nunca pensé que terminaría explorando y, por lo mismo, me ofrece una oportunidad inigualable de acercarme a mi propio estilo, de trabajar mi voz. 


Y aunque todo esto es emocionante, también es aterrador. Al punto que si, escribir a veces se vuelve imposible.


¿Alguna vez has sentido que escribir es una tarea imposible? Cuéntame tu experiencia en los comentarios.



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