Uno de los pilares fundamentales del arte de escribir buenos diálogos es entender que, por más realistas que sean, los diálogos no son el equivalente literario de una conversación entre dos personas de carne y hueso. Uno no puede simplemente transcribir lo que escuchó en el mundo real y esperar que la fuerza y el órden de las palabras generen el mismo efecto de la conversación que nos inspiró.
Y para muestra, un botón.
Imagina que tú y tu amigo más cercano se citan en un café cercano para hablar y pasar el rato. Dependiendo de la relación que tengas con esta persona, cuando llegues al café ya traerás contigo ciertas expectativas sobre la plática que estás a punto de tener. Si se trata de un amigo muy cercano, ya sabes que la conversación seguro girará alrededor de temas super personales.
Si, por el contrario, llevas poco tiempo de conocer a esta persona no esperarás que te haga el recuento de su último rompimiento con lujo de detalles. Encima de todo, dependiendo de que tan buen (o mal) conversador sea tu amigo, harás ciertas suposiciones sobre que tan interesante (o no) será la plática.
En un texto de ficción no cuentas con ninguno de estos elementos contextuales.
Cuando empiezas a leer una novela o un cuento no sabes nada sobre los personajes. Ni su nombre, ni de dónde vienen, a qué se dedican, qué problema tienen o cual es el interés en resolver dicho problema. Tampoco sabes nada sobre los gestos, los silencios, el tono de voz o el lenguaje corporal que los personajes suelen adoptar. Como lector, eres básicamente un espía que busca hacerse una idea general de lo que está sucediendo usando los pedacitos de información que el autor escoge revelar.
Y es justo aquí donde está el principal problema de la creación de buenos diálogos: si el autor escoge revelarte información trivial y sin mucha importancia, tu comprensión de lo que está ocurriendo en la página será igual de limitada, o incluso incorrecta. Como autor, lo que quieres evitar a toda costa es mostrar diálogos llenos de gestos irrelevantes o datos que no ayuden a entender el contexto de la conversación.
Si escribir mejores diálogos es lo tuyo, aquí tienes seis consejos que te ayudarán a lograrlo.
1) No incluyas información (ni sonidos) irrelevantes.
En esta categoría se incluyen las pleitesias excesivas (ningún lector quiere ver treinta “gracias” y diez “sería usted tan amable” colándose por aquí y por allá), las muletillas verbales (pues, este, no sé, así, etc.) y los montones de uhms, ahs y silencios incómodos que aparecen entre cada frase. Recuerda que los diálogos en la ficción y las conversaciones reales son dos cosas distintas.
Añadir información irrelevante (y exceso de palabras) no hará que el diálogo suene más realista ni genuino, todo lo contrario. Ningún lector quiere fumarse una conversación de dos páginas repleta de muletillas, frases que no hacen avanzar la conversación, o peor tantito, conversaciones enteras que solo están haciendo relleno.
Recuerda que en la ficción contemporánea no hay small talk o soliloquios existenciales de seis páginas (o, al menos, no debería de haberlos). Dentro de un cuento o una novela, cada diálogo tiene un objetivo: intercambiar información que hará resaltar el conflicto de la escena y, por lo tanto, la hará avanzar.
O dicho en otras palabras: no existen las conversaciones accidentales. Si dos personajes empiezan a charlar en la fila de espera para el cajero, la charla debe de tener un propósito más allá de rellenar el espacio vacio de la escena. ¿Tal vez uno de los personajes sabe algo que el otro ignora y que, de enterarse, podría cambiar por completo su opinión respecto a X o Y? Tal vez esta conversación en la fila, en apariencia anodina, será el momento en que este detalle importante se revele?
En cualquier caso, tu tarea como autor es escribir un diálogo verosímil que haga que la acción de la escena avance.
Todos hemos caído en esta trampa. A veces es difícil resistir la tentación de usar frases complejas o grandilocuentes que se ven (y se leen) bien en el papel, pero que en la vida real, bajo circunstancias similares, nadie usaría.
Y seguro estarás pensando: “un momento, ¿qué no se supone que los diálogos en ficción no son conversaciones reales? Entonces, ¿por qué no puedo usar palabras y frases que en la vida real nadie diría?”. La razón es bastante simple: mientras más difícil de entender sea la frase, más altas serán las posibilidades de que el lector promedio no comprenda del todo qué es lo que quieres decir.
Esta es una regla general que suele ayudar bastante: si un lector necesita acudir a un diccionario para poder entender lo que estás diciendo, las palabras que estás usando puede que no sean las más adecuadas. La única excepción a esto es si alguno de tus personajes tiene una manera muy específica de hablar, llena de localismos o giros de frase muy peculiares, y han hablado así desde el inicio de la historia.
La función principal de las etiquetas de acción es dejarle bien en claro al lector quién dijo qué y en qué momento, eso es todo. De verdad, no hay necesidad de innovar en este departamento.
El ya clásico “él dijo/ella dijo” es más que suficiente en el 90% de los casos. Si te sorprendes a ti mismo (o no) cambiando dijo por verbos más variopintos (exclamó, vituperó, chilló, proscribió, etc.) puede que tu diálogo esté padeciendo de un mal caso de síndrome descriptivo.
Esté diagnóstico poco comprendido suele acosar a aquellos escritores que, en vez de mostrar a un personaje actuando, prefieren encapsular su acción en un verbo específico. Piénsalo un poco. Si tienes un protagonista que “vitupera como loco”, ¿estás seguro que no puedes explicarnos en dos o tres oraciones los movimientos y gestos de tú agitado personaje? Claro que se puede. Y si lo haces, ten por seguro que todos tus lectores te lo van a agradecer.
Un ejemplo de esto. Si tu protagonista que habla en primera persona empieza una conversación con otro personaje, las respuestas del interlocutor se limitarán a sus palabras y a los gestos que el protagonista pueda percibir.
Si, en cambio, la voz del protagonista nos es reportada por un narrador en tercera persona omnisciente, el lector tendrá acceso a las reacciones internas del interlocutor.
El problema aparece cuando al autor se le olvida que punto de vista y narrador está usando y, a la mitad de la conversación, empieza a utilizar un punto de vista diferente.
Este es un error que todos hemos cometido, especialmente cuando los diálogos se extienden a varias páginas. Y aunque se trata de un error muy común y que cualquier buen editor será capaz de detectar al hacer una revisión extensiva de nuestro manuscrito, nunca está de más recordar que poner atención puede evitarnos horas de reescritura.
Más que un consejo, este último punto es un ejercicio más que recomendable para aprender a pulir tus habilidades en construcción de buenos diálogos. Todo lo que tienes que hacer es ir a una cafetería o lugar concurrido, donde puedas sentarte por un rato cerca de gente que está teniendo conversaciones regulares.
Escoge a tus interlocutores, abre tu libreta y escribe todo lo que escuches. ¿Sobre qué están hablando?, ¿cual es el tono general de la conversación? Con discreción, verifica su lenguaje corporal, los gestos que usan al comunicarse. ¿Hacía donde están dirigiendo la mirada?, ¿están hablando mientras miran su teléfono?, ¿sonrien o parecen molestos? Toma nota de todo.
Cuando tengas la oportunidad, pasa el diálogo capturado a un documento limpio y añade los gestos corporales y demás datos observados a la conversación usando etiquetas de acción y descripciones. Dale a leer tu diálogo a alguien más y pregúntale si puede detectar cuales son las intenciones y el estado de ánimo de los hablantes.
¿Tu amigo le dió al clavo? ¡Felicitaciones! Has dominado el sútil arte de escribir buenos diálogos.
Si bien es cierto que, cuando se trata de escribir ficción, todos los ingredientes importan, el uso de dialogos blandos, irrelevantes o de relleno es una de las primeras cosas que un lector nota.
Escribir diálogos efectivos puede ayudarte a elevar la calidad de tu texto a la N potencia.
En este artículo explicamos qué un diálogo literario y una conversación en la vida real no son la misma cosa. Uno no puede simplemente transcribir lo que escuchó en el mundo real y esperar que la fuerza y el órden de las palabras generen el mismo efecto de la conversación que nos inspiró porque, a diferencia de una conversación en la vida real, en un diálogo de ficción el lector no cuenta con elementos contextuales que le permitan descifrar la intención de su interlocutor. Cosas como el tono de voz, el lenguaje corporal y los gestos nos llegan filtradas por la decisión estilística del autor.
Por eso, si quieres aprender a escribir mejores diálogos, un buen punto de partida es utilizar los siguientes seis consejos:
Y tú, ¿cómo haces para escribir diálogos funcionales?, ¿tienes algún tip que te haya funcionado bien? Cuéntanos en la sección de comentarios.