Esta reacción visceral es, justamente, lo que cualquier escritor que se tome en serio el oficio quiere despertar en su lector ideal. Y es aquí dónde se inserta la pregunta del millón de dolares: ¿cómo le haces para crear personajes que salten de la página, capaces de despertar todas las emociones de tú lector?
Los siguientes principios de caracterización son un buen comienzo.
1) Evita presentar caricaturas.
La constante que une a la vida y a la literatura es que en ninguna de las dos existe la gente absolutamente buena o absolutamente mala. Todos, tanto personas de carne y hueso como personajes literarios, nos movemos en una escala de tonos de gris: una mezcla extraña (e interesante) de grandes virtudes, debilidades inconsecuentes y defectos de carácter que, a veces, son tan grandes que amenazan con engullir toda nuestra personalidad.
Todos estamos hechos de esta misma tela mezclada.
Por eso, cuando se te ocurre presentar a un personaje con rasgos de carácter hechos de absolutos (por ejemplo, el villano detestable que solo piensa en destruir y matar, o la niña inocente que ignora por completo como funciona el mundo, incluso el propio) nadie te cree y, en consecuencia, nadie quiere seguir leyendo. ¿La razón?
En lugar de presentarnos a alguien interesante, que nos genera curiosidad y con quién podemos empatizar (o no), nos estás presentando a una caricatura. Un estereotipo que ya hemos visto en otros mil lugares y del cual ya estamos hartos.
La solución a este dilema es simple: construye un personaje con una personalidad variada, con rasgos de personalidad tanto positivos como negativos. Y si te cuesta encontrar un balance o un punto medio, recuerda lo siguiente: incluso el asesino más sanguinario es hijo (o padre) de alguien.
¿Qué rasgos de personalidad contrarios hacen que tu personaje sea quién es y no otra persona?
2) Sin objetivos (o motivos) no hay deseos.
Al igual que las personas de carne y hueso, un personaje de ficción se comporta de cierta manera por una serie de razones. La diferencia clave está en que, mientras en la vida real las personas solemos hacer o decir cosas solo porqué sí y porque podemos, en la ficción los personajes creíbles no dan paso sin huarache.
Puede que X personaje no tenga perfectamente en claro qué es lo que quiere conseguir, pero al menos sabe que su situación actual no es dónde quiere estar.
Y para que esto quede más claro, va un ejemplo (alerta de spoiler).
En Orgullo y Prejuicio, de Jane Austen, Lizzie Bennet rechaza la primera propuesta de matrimonio de Darcy por una razón bien específica: apesar de la atracción y los sentimientos encontrados que tiene por Darcy, Lizzie no puede estar con alguien que activamente trabajó para arruinar el compromiso de su hermana mayor y que, por si eso no fuese poco, también considera a toda la familia Bennet (ella incluida) como inferior y sin clase.
En esta primera parte de la novela, el orgullo de Darcy y el prejuicio de Lizzie hace que la relación entre ambos no avance, y todo ello a pesar de que a ninguno de los dos le es indiferente el otro. Ese orgullo y ese prejuicio, respectivamente, son los motivos que empujan la trama.
Sin esa “motivación” de fondo, la trama no avanzaría. Y eso nos lleva al siguiente punto.
O puesto de otra manera: los deseos que tus personajes sienten son el producto de una motivo específico, y sin esos deseos no habría acción. Retomemos el ejemplo de Orgullo y Prejuicio para aclarar esto.
En el primer cuarto de la novela, la autora nos deja bien claro que, a diferencia de su madre y varias de sus hermanas, a Lizzie Bennet no le interesa encontrar a un marido rico: ella lo que quiere es casarse por amor. Ese es su objetivo. Por su parte, Darcy sabe que el tamaño de su fortuna irremediablemente atraerá a todas las madres en busca de maridos para sus hijas y ha decidido que él no entrará en ese juego. Esta motivación se deja ver en su actitud aparentemente estoico y desagradable.
Son entonces estos dos motivos/objetivos (casarse por amor y evitar a toda costa el juego de los buenos partidos) los que crean ciertos deseos en Darcy y en Lizzie. Deseos que a su vez los impulsan a actuar de la manera en la que lo hacen.
Si ya leíste la novela, seguro sabes que, conforme la trama avanza, las opiniones que Darcy y Lizzie tienen del otro empiezan a cambiar poco a poco. Sin embargo, la motivación inicial no cambia: al final de la novela, Lizzie sigue creyéndo que casarse por amor es la única opción para ella, y Darcy sigue detestando el juego del cortejo formal.
Esta motivación inicial es algo que le debes asignar a tus personajes desde el comienzo. Con el avance de la trama, sus deseos inmediatos y las acciones que estos generen van a variar, pero la motivación inicial no puede perderse. Tú personaje puede no ser capaz de explicar con pelos y señales cual es su motivación inicial (en Orgullo y Prejuicio, Lizzie y Darcy nunca disertan respecto a sus motivos), pero tú como escritor debes de saberlo.
Si te sientas a escribir a un personaje sin saber que es exactamente lo que quiere lograr, no solo le abres la puerta a la posibilidad de terminar usando deseos estereotipados (ejemplo: la adolescente que quiere encontrar el amor, el migrante que quiere nuevas oportunidades), sino que también puedes cometer el siguiente error básico.
Si un personaje no tiene una motivación y por ende, no desea nada, tampoco actúa o busca conseguir algo especíifico. Este es típico caso de esos personajes de “relleno” que solo aparecen para hinchar páginas, pero en realidad no contribuyen al desarrollo de la historia.
El problema con un personaje así, sin motivaciones reales para comportarse de tal o cual manera, es que leer páginas y páginas donde nada pasa y nada parece moverse es el equivalente literario de pasarse veinte minutos dentro del vagón de un metro inmóvil, esperando a que el servicio vuelva a la normalidad después de un apagón. A menos que de verdad tengas tiempo para quemar, la gran mayoría de la gente preferiria bajarse y tomar un taxi. Los lectores operamos con la misma lógica.
Un personaje creíble (o verosímil) es aquel que, ante todo, se comporta de manera similar a cómo lo haría una persona de carne y hueso, pero sin realmente llegar a serlo porque, al final del día, un personaje de ficción y una persona real jamás serán iguales.
¿La razón? Nosotros, los seres humanos de carne y hueso, somos infinitamente más complejos que nuestras contrapartes en papel. A diferencia del protagonista de una novela, una persona real puede vivir toda su vida haciendo lo mismo todos los días sin nunca cuestionar porque hace lo que hace. Y sí, puede que las personas reales seamos más complejas, pero eso no nos hace necesariamente más interesantes.
Y he ahí el punto final: un personaje de ficción, sin importar el género o el formato al que le sirva, debe ser ante todo interesante, estimulante, entretenido. Este es un prerrequisito para mantener la atención y el interés de tú lector a lo largo de la historia. Si tus personajes no cumplen con estas características, el lector te lo hará saber.
En este artículo explicamos que un personaje complejo y verosímil (es decir, creíble) es, ante todo, alguien interesante, que despierta la curiosidad del lector y lo invita a buscar más, a seguir leyendo para enterarse de todo. La mejor manera de escribir personajes que cumplan con estas características es siguiendo los siguientes cuatro principios de caracterización:
Ahora es tu turno. Cuando se trata de crear personajes creíbles, ¿qué otros pasos esenciales sigues? Cuéntanos en la sección de comentarios.