Diario de un Novelista
Escribir todos los días es una parte integral de mi proceso de escritura, aunque quizás no la más sencilla de adoptar. ¿Quieres entender los beneficios de este ejercicio creativo? En este artículo te cuento todo sobre mi proceso.
De entre todas las cosas que nunca nadie te dice (o advierte) cuando empiezas a escribir hay una que sigue haciendo que el estómago me brinque cada que la escucho: escribir, como cualquier otro trabajo, necesita de un horario. O dicho de un modo más directo: si de verdad quieres mejorar tus habilidades de redacción y storytelling, necesitas encontrar el tiempo para hacer las horas nalga necesarias.
El problema es que, aunque esto es una evidencia, cuando un escritor novato escucha esta señora bomba de verdad inmediatamente se le vienen a la cabeza veintisiete razones por las cuales la sugerencia no puede aplicar a él/ella. Y es lógico: escribir cualquier cosa, hasta un memo de dos párrafos, es una tarea que requiere una buena dosis de concentración. Y a la velocidad que va el mundo actual, ¿a quién le sobran tres horas extras en el día para dedicarlas a escribir? Porque, claro, escribir diario solo es para aquellos que no tienen hijos, compromisos familiares, planes de entrenamiento a seguir, perros que pasear y, en general, un montón de tareas y responsabilidades secundarias que atender. ¿O no?
GRAN ERROR. Acá sí que te equivocas.
Escribir diario es una práctica que todos, absolutamente todos los que estamos interesados en desarrollar nuestra escritura, sin importar edad, género, estatus socioeconómico, nacionalidad y ocupación, podemos hacer. Si, leíste bien. Todos podemos escribir a diario. Punto.
¿Cómo?
Pues por el comienzo: haciendo a un lado el mito de que la “buena” escritura solo puede suceder si le dedicamos medio día.
Hay que admitirlo: es tan común asociar la idea del escritor trabajando a las estereotipadas imágenes de un hombre sufriendo frente a la computadora (taza de medio litro de café a la mano) que esta es justo la imagen que cualquier banco de fotografías de stock gratuitas te arroja cada que buscas el término “escritor”.
La asociación no es baladí. Todos los que nos dedicamos a este oficio hemos pasado por ahí. Le declaramos al mundo que hoy vamos a escribir y, acto seguido, bloqueamos tres horas en nuestro calendario, dejamos el teléfono en el otro cuarto y nos encerramos en nuestro mundo con la computadora como única compañera. El problema es que, en cuanto el cursor parpadeante señala el inicio de un nuevo párrafo, el cerebro nos da un brinco de 180°: nos ponemos a leer lo que llevamos escrito, corregimos aquí y allá, sacamos una frase, tomamos notas, investigamos un poco más a nuestros personajes o, en casos ya bien graves, nos pasamos tres horas metidos en Google Earth estudiando las “calles” de la ciudad donde se desarrolla nuestra historia, no vaya ser que se nos escape una piedra en la calle principal.
Lo que sea con tal de no escribir ese nuevo párrafo que, curiosamente, va a hacer que la historia se mueva.
No hay que ser un genio para ver dónde está el problema. Si gastas todo tu tiempo de escritura en mil y un tareas secundarias que no hinchan tu cuenta de palabras, ¿que tan legítimo es decir que pasas tres horas al día escribiendo? Ahora imagina, ¿qué pasaría si en lugar de quemar media mañana dándole vueltas y vueltas a un mismo documento invirtieras 20 minutos efectivos escribiendo 100 palabras? Y no sólo eso, ¿qué pasaría si, al día siguiente, pudieses producir otras 100 palabras en esos mismos veinte minutos? ¿y si lo hicieses durante toda una semana seguida?
Creo que el punto se entiende.
La realidad es que no existe un estándar o cantidad de palabras universalmente aceptable con el cual cumplir. Puedes escribir 1000 palabras al día y decir que tuviste una sesión productiva… puedes escribir 100, 50 o 15 palabras e igual llamarlo una sesión productiva. El único estándar a cumplir es que tu historia avance.
La primera vez que manejé un auto manual estuve a dos de hacer explotar la caja de velocidades. La segunda vez, la pobre caja solo se quejó unas tres veces. La tercera, sólo hubo un chirrido ronco al arrancar. Para la onceava vez, ya ni siquiera tuve que mirar el esquema en la palanca: mi mano encontró la dirección sin ayuda.
Aprender a escribir con soltura y correctamente requiere de un proceso similar. Al principio, lo único que te puede ayudar (además de ver o leer buenas historias) es el entrenamiento de volúmen, mejor conocido como hacer horas nalga. Tienes que sentarte a escribir, sin fijarte demasiado en los detalles. ¿Te estás comiendo todos los acentos? Que importa. ¿Empiezas a escribir en pasado y sin querer te pasas al presente? Ya habrá momento de corregir. Escribir, escribir y escribir un poco es lo único que te hará progresar.
Hacerlo todos los días es crucial porque es justo esa repetición lo que cimenta el hábito de crear, esa necesidad de escribir. Sin ese hábito, sin la compulsión de plasmarlo todo que te invade cada que tu cerebro se topa con una idea genial, construir una carrera como escritor profesional se vuelve difícil.
Además, hay que decirlo: escribir todos los días fijándose en el volúmen y no necesariamente en los detalles finos te enseña a renunciar al deseo de ser perfecto, a la aspiración de producir un primer borrador “bueno”, que apenas si necesite de correcciones. La escritura diaria es una gran manera de tener bien presente que el texto perfecto, creado de una sola sentada, no existe. Tu primer borrador siempre, pero siempre, va a tener cola que le pisen. Los textos que más admiramos no nacieron de una sola pieza: muy probablemente sean el borrador número cinco… o veinticinco.
Ahora que hemos aclarado porque escribir diario es importante, hablemos de algunas prácticas que me han servido a mi para construirme el hábito de escribir diario.
No hay mejor ejercicio iniciático que escribir lo primero que se te pase por la mente, aunque no haga ningún sentido. Este truco es especialmente útil cuando estás iniciando un nuevo capítulo o describiendo una escena.
Recuerda que, una vez que hayas terminado tus líneas, siempre podrás volver sobre tus pasos y editar.
Cuidado con ponerte objetivos de escritura demasiado ambiciosos, del tipo “escribir 2000 palabras de un sentón a las seis de la mañana”. Desde la experiencia puedo decir que, entre más inalcanzable suene el objetivo, más difícil te resultará dejarte ir para escribir con soltura.
Aclaración: no es que debas renunciar a los objetivos retadores, más bien basta con recordar que el lugar de estos rara vez es tu primer borrador.
Entonces, ¿estás listo para empezar a escribir todos los días? Cuéntanos en los comentarios.