Y tal vez es justo por eso que hacer de la inspiración una condición necesaria para el trabajo creativo es la primera enorme piedra con la que todo iniciado en el oficio de escribir siempre (pero siempre) tropieza primero. A pesar de sonar contra intuitivo, la realidad es que al escritor prolífico la inspiración le es tan necesaria como una pluma Montblanc: es decir, de dientes para afuera.
A todos nos ha pasado: después de un largo día, por fin estás sentado frente a tu libreta (o dispositivo electrónico de confianza), listo para escribir. Tu mente le da mil y un vueltas a esas notas mentales que llevas semanas recolectando y pacientemente acomodando, intentando encontrar temas comunes, disparadores interesantes, o simplemente una frase que enganche. Por lo regular, cada que haces este ejercicio a lo largo del día (curiosamente, cuando no tienes dónde anotar) las ideas literal te hacen montón, ansiosas, esperando a que las escojas, ¿pero hoy? Hoy reina el silencio total. Lo único que interrumpe la página en blanco (real y metafórica) que te ha caído encima es el berrido ocasional de los autos de la calle, colándose por la ventana, o el runrún periódico del motor de tu refrigerador.
Pero, ¿ideas concretas, frases interesantes, o escenas vívidas que nutran las historias que estás trabajando? De eso nada. Al menos no aquí, en este momento especialmente dedicado al sutil arte de escribir. Y mientras pepenas para encontrar algo que anotar, la ironía del asunto no se te escapa: hoy a la hora del almuerzo tenías el primer borrador de esta historia listo. Seis horas después, del aluvión de ideas ni sus luces.
Esta paradoja es el primer problema al que se enfrenta cualquier escritor que dependa de la inspiración para hacer su trabajo: cuando por fin te sientas a escribir, las musas nomás no aparecen. Obvio, una vez que la sesión de trabajo enfocado ha terminado, las ideas te vuelven a visitar a raudales, como quién no quiere la cosa.
Así que a menos que sepas cómo hacer que la musa venga a ti de modo consciente, el veredicto no cambia: cuando dependes de la inspiración para poner la pluma contra el papel, dependes de algo que va y viene a su propio ritmo, lo cual (por obvias razones) dificulta establecer una rutina de trabajo funcional (y sí, escribir de modo profesional requiere de una rutina. Si quieres saber el porqué, da clic acá).
Esto no te permite establecer una rutina de trabajo y si, escribir requiere de una rutina. Escribir es un trabajo técnico y artístico a la vez, no es ni solo uno ni solo otro, es ambos.
Segundo porqué: la inspiración es (bien) subjetiva.
¿Alguna vez le has preguntado a algún artista (músico, pintor, ilustrador, poco importa) qué demonios significa “estar inspirado”? Si no lo has hecho, te resumimos nuestra investigación en dos palabras: es complicado.
Porque, seamos honestos, esta pregunta tiene tantas respuestas como hay personas. Hay quienes describen la inspiración como un fenómeno físico, que se experimenta en el cuerpo (cosquilleos en la piel, mariposas en el estómago, incluso náuseas); hay otros para quiénes el aspecto “mental” del asunto es la marca más obvia: incremento notorio en la concentración, capacidad de pasar de una idea a otra sin problemas, ejecución de una tarea con fluidez, sin tener que repasar mil y un veces el proceso. ¿El común denominador? Todas las experiencias son igual de válidas.
Entonces, si cada quién vive la inspiración de un modo distinto (pero, igual, válido) se sigue que no hay una manera “apropiada” de experimentar esta sensación cuasi mágica. Al ser 100% subjetiva, la inspiración no se presta para ser empaquetada en una fórmula repetible y reproducible, sin importar las condiciones externas… o la persona que esté llevando a cabo el proyecto.
Lo cual nos lleva a nuestra tercera y última razón.
Tercer porqué: las características de la inspiración te hacen pensar que hay niveles y que ésta solo visita a la gente con “talento”.
Si la inspiración es por naturaleza inconsistente y subjetiva, es posible que termines viendo las escasas visitas de tu Musa como un signo de que, en realidad, no tienes el talento suficiente para dedicarte a este oficio. Porque, si lo tuvieses, seguro que la traicionera inspiración acudiría a tu llamado un día sí y al otro también, muy a lo Jack Kerouac, ¿no?
Bueno, nada más alejado de la realidad que eso.
A todos los seres humanos, por el simple hecho de poseer un cerebro que es una máquina de construcción de significados, la inspiración los visita con cierta regularidad. A todos. Todos, pero absolutamente todos, somos por naturaleza creativos, independientemente de la profesión, la edad, el género o la historia de vida. ¿Y esa gente que jura y perjura que ellos son “gente de números y lógica” y son cero creativos porque las artes nomás no se les dan? Bueno, dejémoslo en los siguientes términos: la matemática no tiene nada de intuitivo. Ahí también hay creatividad.
Lo que suele pasar es que muchas personas jamás se asumen como tal por qué creen que la creatividad es algo que está reservado para unos cuantos privilegiados: aquellos que, desde muy temprano en la vida, han dado muestras de “talento”. Sin embargo, lo que (casi) nadie ve es que tales muestras de talento dependen más del entorno que rodea a la persona en cuestión que de un rasgo natural. Por ejemplo, es mil veces más fácil tener “facilidad” para dibujar cuando asistes a una escuela con profesores pacientes y un currículum que le da importancia a la expresión artística que cuando te toca pasar toda tu vida escolar en clases con cincuenta alumnos y un plan de estudios diseñado para educar contadores y actuarios.
Así que no, la inspiración no es algo que solo le pertenece a la gente talentosa. Todos los seres humanos somos animales creativos pero, como todo en esta vida, la magia solo puede suceder cuando ponemos en práctica esas habilidades.
Tal vez no es lo que querías escuchar, pero al final del día la cosa es así (plot twist: a los colaboradores de esta redacción también les tomó un tiempo bajar a doña inspiración de su pedestal). Los escritores más prolíficos, aquellos a los que encuentras creando todos los días y con gusto, no se sientan a esperar a “sentirse inspirados” para poner manos a la obra, todo lo contrario.
Estos hijos del oficio han confirmado que, en efecto, los seres humanos somos animales de hábitos. Nuestra psique requiere de rutinas y repeticiones para dominar un tema, adquirir y desarrollar una habilidad y, en general, aprender a secas. Lo que no puede ser repetido, no puede ser imitado, y sin esa transmisión de una cabeza a la comunidad no hay nada que aprender.
Por eso, si apenas empiezas a iniciarte en la práctica del oficio, el mejor consejo que podemos darte es el siguiente: aprende a establecer una rutina de escritura realista, que te dé el espacio y tiempo suficiente para desarrollar tu técnica y arte sin presiones y sin grandes expectativas. Tu yo del futuro te lo agradecerá (y, por asociación, a nosotros también).
En este artículo explicamos que depender de la inspiración como requisito para ponerse a escribir (o para realizar cualquier trabajo creativo) es un mala idea por 3 grandes razones:
A pesar de que todos los que nos dedicamos a este oficio hemos caído alguna vez en esta trampa (un auténtico lapsus de pensamiento mágico, si así lo quieres ver), la solución a nuestro dilema es bastante simple: en lugar de depender tanto de la inspiración, si te inicias en el oficio lo que necesitas con desesperación es una buena rutina de escritura y la disciplina para mantenerte apegado a ella.
Entonces, ¿qué te pareció el artículo? ¿tu también has caído en la trampa de necesitar inspiración? Si es así, cuéntanos en la caja de comentarios. ¡Queremos conocer tu historia!